8 nov 2010

El callejón


La joven caminaba con una lentitud de quien no tiene nada por hacer, mientras pensada. “Yo les dije, les dije que no debían hacer eso, pero ellos insistieron, ellos, pues, los hombres que trajeron sus animalitos que parecían de mentira, si no los hubiesen traído yo no los hubiese matado, y ahora nadie está”.  Por momentos sorprendía con brincos que alzaban su vestido negro, cayendo luego de puntitas, cuidándose de no pisar la línea de la vereda. Seguía avanzando y se cogía el cabello largo con suaves masajes, lo llevaba a su nariz y respiraba hasta inflar su pecho, como intentando desaparecer todo rastro de olor en su cabellera. 

“Bueno, todo ha terminado por ahora, ya hice lo que tenía hacer, esos tontos me pagaron por hacerlo, ¡pero qué idiotas!”, dijo Julio en tanto que daba largos pasos que simulaban a las de un corredor, levantando el rostro al cielo para que su voz ascendiera y causara revuelo entre los pájaros de un árbol. “Claro, que inteligente fui, no les dije que yo eso lo hago a diario, gratis, pero si es solo coger un cuchillo y pasarlo suave y matemáticamente (matemática, je) por el cuello. ¡Ohh, qué tontos!”, gritó y luego soltó una larga y desagradable carcajada que despertó a la propia noche.

Minutos antes había cumplido con su parte del trato, 50 soles por un cuello abierto en un par de segundos. Y ahora caminaba presuroso por la calle, de noche. “Debo llegar rápido a mi casa, mañana será otro día de cuellos y pan para comer, si no como, jjejeje”, pensaba. A lo lejos divisó a una muchacha que daba brincos, que encendieron sus ojos de un leve brillo y crearon en su boca un rictus sutilmente arqueado hacia arriba. Ella no lo había visto y cambió el rumbo hacia un callejón que se abría en medio de la calle, dando un saltito y cayendo de puntitas. Julio se detuvo y llevando su mano al mentón, deslizó sus dedos en un lento sube y baja a través de su barbilla lampiña, mientras sus ojos se dilataban y mostraban una rara expresión parecida a la ansiedad.

“Qué más da, qué puede suceder, hoy es una noche en la que me siento bien, con ganas. ¡jjajjaja, pero qué risa¡, cómo caminaba. Qué chica más extraña. Ahora que me vea…”, pensó y continuó avanzando, más rápido. Antes de voltear hacia el callejón, se agachó y llevó su brazo al suelo. Al ver que la joven se había detenido frente a una flor marchita, llevó rápidamente sus manos al bolsillo.

Ella aún no se había dado cuenta, envuelta en sus conversaciones con la flor. “Ya ves amiguita, tú eres como yo, somos bonitas pero marchitas, estamos solas, solas, je, ahora te llevaré conmigo y serás mi amiga, ahora que ellos ya se fueron, tú si me crees, no, claro, tú eres como yo”, decía mientras acariciaba los pétalos rojos.

De pronto, sintió en su hombro una mano que la apretó con sus largas uñas y al voltear se vio ante un hombre corpulento y alto de cabellera larga que la miraba fijamente al tiempo que abría la boca y levantaba el brazo hacia su rostro.

“Esto es tuyo, amiga, se te cayó antes de que voltearas… jajaj, qué rara eres… no deberías estar a estas horas en la calle, sobre todo con esos saltitos…”, le dijo. “Mi pajarito”, respondió para sí sola  apretujando esa cosita amarilla de alas contra su pecho. “Y tú quién eres, no serás de ellos, no… no, je, tú si me quieres, me has traído mi pajarito, a este si no lo maté porque era bueno, no como esos. Te voy a presentar a mi nueva amiga”, murmuró al oído de su pajarito.

“Oye, ven, ven conmigo, vamos, que hace mucho frío. Tienes hambre, en casa tengo una gallina recién cocinada, yo mismo la maté, es muy fácil, solo se le coge el cuello con algo de fuerza y listo, te va a gustar, debes estar hambrienta, luego ya veremos qué hacemos… pobre niña, y tantos hombres que pagan 50 soles por matar a un pollo, maldición”. Julio la cogió de la mano y los dos juntos salieron del callejón y caminaron por la vereda, mientras la joven le contaba que no quiso matar a esos animalitos que le trajeron como obsequio. Él la escuchaba.  “Jajja, yo te creo, además, ese pajarito se ve muy bonito, a mi esposa y a mis hijas también les va a gustar”. “Verdad que sí”.